¡Hola Blogueros!
Aquí estamos de nuevo para compartiros el séptimo capítulo de mi relato “UNA HISTORIA DE SIRENAS”, como colaboración al proyecto de LITERATURA FANTÁSTICA de mi compañera Mercedes desde su Blog MIL Y UNA NARRACIONES, y en el que estoy encantada de participar.
Aquellas
primeras noches de travesía recuerdo que dormí como un lirón y del tirón. La
confianza que me daba que se encargara mi abuelo, un experto marinero, de
llevar el timón del “Maravillas” me permitía, durante el día leer toda la
documentación posible que habíamos traído a bordo y por las noches descansar
como una reina. Eso sí, durante el día mi cabeza bailaba con todas las cosas
que nos había explicado Virginia y con todo lo que aprendía en todos aquellos
escritos. Cuanta información y toda muy interesante para mí. Finalmente, con el
abuelo determinamos el rumbo, que con toda probabilidad y según los escritos de
los que disponíamos, sería por algún lugar cercano a las Islas Canarias.
No
tardaríamos demasiado en llegar por aquellas tierras. Contaba una leyenda que
alrededor de las Islas Canarias se situaba la antigua civilización submarina de
Atlantis. Algunos expertos en el tema aseguraban que por aquella zona
desaparecían desde épocas pretéritas cantidad de barcos de pesca, mercantes e
incluso de piratas.
Habríamos
llegado en un par de días más si no hubiera sido porque una noche nos
sorprendió una terrorífica tormenta. Yo nunca había visto algo así y menos en
medio del océano. Las olas nos llevaban como si nuestro barco fuera un muñeco
de trapo. Veíamos caer los relámpagos en el mar, algunos más lejanos otros no
tanto y eso sí que me heló la sangre y me puso muy nerviosa. Tampoco me
tranquilizó ver que mi abuelo también parecía apurado cuando vio que era
imposible mantener rumbo alguno ni controlar la embarcación. Me dijo que era
mejor no perder los nervios y esperar pacientemente que la tormenta pasara. Con
los aparejos podríamos saber en qué posición estábamos y retomar nuestro rumbo.
El
problema fue que cuando la tempestad paró nos dimos cuenta que uno de los
mástiles se había roto, y debido a que la tormenta fue eléctrica, los aparejos
electrónicos se colapsaron y tampoco funcionaban. Por lo que no pudimos
encender los motores del “Maravillas” ni tampoco navegar con las velas. Se nos
presentaba un tremendo problema, ya que ahora estábamos en alta mar, a merced
del océano y de un golpe de suerte que nos pusiera en el camino de otra
embarcación que nos pudiera ayudar o remolcar. Por suerte teníamos provisiones
para varios días, pero cuando pasó la primera semana sin encontrarnos a nadie
en alta mar, nos empezamos a preocupar.
Pero nuestra suerte cambió el día que al despertarnos vimos que nuestro barco estaba rodeado de delfines, parecía hablar todos a la vez, menudo escándalo. Cualquiera hubiera dicho que intentaban decirnos algo. De las aguas surgió una bella mujer, con un pelo largo y pelirrojo que se nos presentó como Maigualida y que tan solo con su presencia consiguió que todos guardaran silencio.
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