En el reto de esta semana, MAG nos propone como tema escribir
un relato tradicional y costumbrista, una leyenda o cuento, una anécdota en
forma de historia teniendo como base la noche de las ánimas, ya que se acerca
el día de difuntos.
He rescatado un relato que ya tenía de hace un tiempo, en el que la protagonista lo es también de esta noche de ánimas tan tradicional para unos y tan celebrada para otros.
Aquí podréis encontrar el resto de relatos
participantes en este nuevo reto.
LA DAMA OSCURA
Hoy salí pronto de casa. Sacudí de polvo mi viejo vestido negro, quería
causar buena impresión. Esperaba hacer nuevos amigos, aunque era poco probable,
por muy elegante y arreglada que vaya, y muy solemne que sea mi paso, nadie se
percata de mi presencia. No me ven, es como si fuera invisible. Todos van
caminando sin mirar a nadie, con prisas, preocupados por el tiempo, por no
perderlo imagino. Y es que nunca se sabe.
Por la calle del mercado vi a una joven embarazada, y me quedé embobada
mirando su enorme tripa. Tengo que confesar que, al pasar por su lado, cometí
una travesura. Hice ver que tropezaba con ella y de una forma muy sutil, rocé
con mi dedo meñique su puntiaguda barriga. Solo fue un segundo, pero ni se dio
cuenta. Ni se giró a mirarme. Me dio mucha rabia, porque seguro que tenía una
sonrisa preciosa, pero no quiso regalármela. Un día de estos tendrá una
sorpresa, y no será grata me temo.
Cuando me enfado suelo dirigirme con paso rápido y firme a las afueras
del pueblo, y paseo por los largos muros que rodean el hospital. Me paso tardes
enteras dando vueltas por los alrededores y mirando quien entra y sale. Algunos
por su propio pie, ya curados, o eso creen. Otros, ya sea por mi cercana
presencia o porque ya no hay nada que hacer por ellos, ya no salen por la
puerta principal. No me preocupo, estarán bien, en unos días me los encontraré
por casa. Estoy convencida.
En la avenida principal crucé sin mirar un paso de cebra, con el
semáforo en rojo, tengo la costumbre de no mirar, y esta vez el motorista que
venía embalado, sí que me vio, porque frenó en seco y saltó por los aires. Con
esa caída tan aparatosa y fea, no me extrañaría encontrármelo mañana en la
iglesia.
Eso me hizo recordar que hacía días que no pasaba por allí, por lo que justo
después subí la cuesta que lleva directa a la iglesia. Siempre siento un
escalofrío al pasar por la puerta y oír las viejas campanas. Decidí entrar y
sentarme un ratito en un banco y escuchar la misa del anciano y ya cansado
cura. El pobre está muy mayor y algo delicado, cualquier día le digo si me
acompaña de vuelta a casa.