Concurso Abril El Tintero de Oro – Homenaje a Isabel Allende – “La bañera “

Este mes de Abril, desde nuestro Blog amigo EL TINTERO DE ORO, nos proponen el siguiente reto, haciendo un merecido homenaje a la famosa Isabel Allende y su novela universalmente conocida "La Casa de los Espíritus".

Se tratará de escribir una historia que contenga espíritus o espiritistas o casas encantadas. Puede ser un relato de misterio, de terror, o simplemente, contar una anécdota al respecto.


AQUI podreis encontrar el resto de relatos participantes:

"LA BAÑERA"

Con diferencia somos el pueblo, a varios kilómetros a la redonda, con el mayor índice de suicidios de toda la historia. Lo achacan a las duras condiciones de vida aquí en el norte, entre las pocas horas de luz que disfrutamos y el interminable invierno que nos consume la vida.

Mi familia ha regentado durante varias generaciones la posada del pueblo, donde infinidad de viajeros han pasado alguna noche en sus travesías por la zona. Descansando entre sus acogedoras paredes de madera, durmiendo sobre suaves y limpias sábanas, con una agradable y cálida chimenea a los pies de la cama y cenando gustosos y contundentes guisos. Recetas que las mujeres de la familia prepararon durante años para atemperar nuestros entumecidos cuerpos al refugiarnos de las inclemencias del tiempo en el exterior.

Mis abuelos siempre se alojaron en la buhardilla, alejados de las habitaciones de los huéspedes, situadas en el primer piso. Siendo ancianos y sin fuerzas para seguir atendiendo a los visitantes, pasaron el negocio familiar a sus tres hijos y con los años ellos pretendieron hacer lo mismo con los suyos, pero la única que tuvo interés para conservar el legado fui yo.

Así que hace unas semanas empezamos a hacer algunos retoques a la casa para convertirla en un alojamiento rural de montaña con encanto, como gustan hoy en día. En unos días hicimos el traspaso definitivo del negocio a mis manos y también la mudanza de las pocas cosas que recuperé tras mi desagradable e interminable divorcio.

Me instalé en la vieja buhardilla de mis abuelos y tras acabar de colocar todas las cosas en su lugar y limpiar a fondo la casa de arriba abajo me disponía a pasar la primera noche en mi nuevo hogar.

Estaba inquieta y nerviosa, no tanto por pasarla sola la primera noche en aquella casa enorme y apartada del pueblo, sino por la apuesta arriesgada y la nueva aventura que estaba dispuesta a empezar.

Antes de cenar quise darme un baño tranquilo y relajado en la vieja bañera que había rescatado del sótano y que instalé en mi nuevo baño. Una de tantas antigüedades que recuperé para decorar la casa. La llené de agua hasta arriba y añadí unas sales de baño, un pequeño capricho que quise darme, quizá si el negocio iba bien no tendría oportunidad de repetirlo en un tiempo.

Apagué las luces del baño y solo dejé encendidas unas velas aromáticas. Me deslicé entre aquella agua templada y llena de espuma perfumada y eché mi cabeza atrás reposándola en una toalla que coloqué en el filo de la bañera. Estaba tan cómoda y tan agotada, que quizá me quedé dormida unos minutos, así que cuando desperté sumergí la cabeza bajo el agua para despejarme, dispuesta a salir de la bañera.

Al abrir de nuevo los ojos me di cuenta que había olvidado dejarme el albornoz y las zapatillas a mano. Así que salí cuidadosamente del agua para no resbalarme y cogí una de las toallas del colgador de la pared. Me envolví en ella, sequé mi pelo con otra más pequeña, enrollándola como un turbante en mi cabeza. Salí del baño dejando mis huellas mojadas en la vieja tarima de madera.

Sobre mi cama me esperaba un vestido que sin duda alguna yo no había colocado allí. Eché un rápido vistazo a mi habitación alumbrada por la tenue luz de un viejo quinqué sobre la mesita de noche y me di cuenta que mis cosas no estaban. De hecho, parecía mi habitación, aunque con las cosas de otras personas, incluso de otro tiempo: viejos cuadros de las paredes; tristes y recargadas cortinas, y antiguos ropajes que descansaban en el interior del armario.

Sin saber muy bien que estaba pasando, tomé prestado uno de aquellos viejos vestidos y un par de zapatos que, aunque me iban algo grandes, me permitirían salir de allí vestida. Con el quinqué en mano, salí de la habitación bajando al primer piso, pero antes de llegar al rellano alguien subió precipitadamente las escaleras, atravesando de alguna forma, mi cuerpo paralizado. Sin poder articular palabra, seguí bajando las escaleras precipitadamente hasta llegar a la planta baja y desde el último escalón descubrí definitivamente que no estaba sola. Allí estaban sentados alrededor de la mesa del comedor, varias personas charlando animadamente mientras echaban una partida de cartas. Sus atuendos eran curiosos porque eran de diferentes estilos y épocas. Igual que sus idiomas que, aun siendo totalmente distintos, sorprendentemente parecían entenderse entre ellos sin problema.

Al fondo de la sala, junto al fuego estaban algunos viajeros secando sus ropas mientras sostenían entre sus manos un caldo o bebida caliente. Decidí deslizarme sigilosamente hasta la cocina con temor a ser descubierta por aquellos extraños huéspedes.

Entre cazos y sartenes reconocí la figura de Elvira, la hermana de mi abuela que falleció en su juventud, según contaban todos, ahogándose en el río. Aun conservábamos una vieja fotografía suya en la pared de la entrada. Era realmente hermosa, aun más en persona. Se giró al notar mi presencia y me recibió como si estuviera esperándome desde hacía tiempo.

—¿Cariño, ya estás aquí? Eres clavadita a tu abuela. Ven, no te asustes, te presentaré a todos. Desgraciadamente tenemos algunas cosas en común. Por cierto, alguien debería deshacerse de una vez de esa maldita bañera.