Para el concurso de este mes de diciembre, nuestros amigos de "EL TINTERO DE ORO", nos han propuesto hacer un homenaje a la obra del genial autor Terry Pratchett y su universo tan particular y alocado del "Mundodisco".
Para ello el relato que tendremos que presentar será como siempre de un máximo de 900 palabras y debe incluir un elemento mágico o fantástico que cree más caos que ventajas.COMPRO CUBERTERÍA DE PLATA “CRUZ DE MALTA”. Ese fue el texto que puse en el cartel
y con el que empapelé el barrio entero, para recuperar la cubertería de la
abuela. Fue lo que me dejó en su testamento, además de una carta explicativa
sobre su genuino valor.
“No es solo una vieja y elegante cubertería, como verás enseguida
si le dedicas tiempo y paciencia, comprobarás que tiene ciertas habilidades especiales,
y que no todo el mundo sabe apreciar”.
El problema fue que mi padre, tras meter a la abuela en un
asilo, y cuando se vio apurado al ver que sus negocios iban de mal en peor, empezó
a vender todo lo que encontró de valor en su casa, incluida la valiosa
cubertería.
Según las indicaciones de la abuela en una carta manuscrita
de su puño y letra, su valor no residía únicamente en la exclusiva marca, sino en
cierta particularidad: tenía el don de hacer que al comensal que la tuviera en
sus manos y la utilizara regularmente, le convertía el sabor de la comida de su
plato a lo que él deseara.
Cuando leí la nota pensé que se trataba de una broma de la abuela,
era conocida por su peculiar sentido del humor y forma de vida. Se
autodenominaba “la loca de la familia” y muchos estaban de acuerdo con aquella
afirmación.
Para un joven estudiante como yo, con unas aburridas y
tristes fiestas navideñas por delante, se convirtió en su objetivo principal.
¿Cómo podía recuperarla? Le pregunté a mi padre si tenía el nombre y teléfono
del comprador, pero siempre fue un desastre y su respuesta, terriblemente
decepcionante: no lo conservaba. Recordaba que era de un vecino de la zona, que
había perdió la suya en una timba de póker y quería recupera otra antes de las
navidades para que su mujer no se enterara.
Así que, fui a la copistería del barrio, encargué cien copias
y colgué los carteles por el exclusivo barrio donde vivía mi abuela, uno de los
mejores de la ciudad. Le dije a mi padre que si la encontraba me ayudara a
pagarla porque me lo debía, era mía por derecho. Le convencí al decirle que
podía ahorrarse mi viaje de fin de curso. Recientemente me había enterado de que
Lola, la chica de mi clase que me gustaba, no iría, así que ya no tenía ningún
sentido ese viaje para mí.
Pasaron aquellas navidades que resultaron larguísimas y
deprimentes, porque tuve la ausencia de mi abuela muy presente durante todos
aquellos días. Me pesaba encima una tremenda frustración al ver que mi plan
para recuperar su cubertería había sido un desastre, ni una sola llamada.
Unos días después de Reyes, cuando lo daba todo por perdido, en
plena cuesta de enero, recibí una llamada interesándose por mi oferta. En nuestra
breve conversación me di cuenta enseguida que se trataba del mismo comprador
que adquirió la de mi abuela, parecía impaciente por venderla, y llegamos rápido
a un acuerdo con el precio. Le pedí el dinero a mi padre, que me lo dio muy a
regañadientes y fui a la casa del vendedor. Piqué al timbre y mientras esperaba
que me abrieran la puerta, pensaba en la gran suerte que había tenido al encontrarla.
Pronto podría comprobar si lo que explicaba mi abuela en su carta era cierto, o
solo me tomaba el pelo.
Enseguida vi que mi racha de buena suerte solo acababa de empezar
cuando Lola, mi adorada compañera de clase, abría la puerta y me recibía
sorprendida con una de aquellas dulces sonrisas suyas.
Me llevó al salón donde estaban sus padres visiblemente
malhumorados. Cada uno sostenía un paño en la mano y frotaba la cubertería abrillantándola,
antes de introducir cada pieza en su casillero correspondiente del elegante estuche.
Lola me ofreció tomar algo mientras sus padres acababan de repasar
todas las piezas antes de entregármela. Al quedarme a solas en el salón con sus
padres, continuaron una discusión que parecía que mi llegada había
interrumpido. Yo deseaba con todas mis fuerzas que Lola saliera de la cocina ya
que el tono estaba subiendo y yo no sabía donde meterme. Al mismo tiempo que vi
regresar a Lola con una bandeja llena de aperitivos y bebidas, empezó a suceder
algo ciertamente mágico.
Los cubiertos que estaban ya guardados en su estuche salieron
de sus casilleros por su propio pie, algunos levitando suavemente y otros
saltando violentamente encima de la mesa. Lola y yo contemplábamos maravillados
aquella prodigiosa escena. Mientras, sus padres enzarzados en una acalorada
discusión, cada uno con un cubierto en la mano, agitándolo bruscamente en el
aire o apuntando al otro, se acusaban mutuamente de ser el culpable de todas
sus desgracias.
Justo en ese momento se produjo literalmente una explosión de
cubiertos por todo el salón. Yo cogí enseguida a Lola de la mano y nos
refugiamos debajo de la mesa. Sus padres en medio del comedor fueron las
víctimas entre gritos, maldiciones y reproches, de una violenta lluvia de
cubiertos que se movían erráticamente de un lado a otro del salón, golpeándolos
con fuerza o hiriéndolos con pequeñas punzadas y cortes.
Por lo visto mi abuela tenía razón, pero, o se quedó corta en
sus explicaciones o no acabó de descubrir todas las posibilidades de aquel
valioso legado que acababa de encontrar y que estaba deseoso por explorar.



Esta claro que no acaban ahi los poderes de la cubertería, ya que dotó a Lola de un influjo que atrajerá al prota, para volver con él o que al menos todo quedará en familia ( la de Lola y el prota).
ResponEliminaMuy bien conducido y ciertamente sorprendente la irrupción en escena de Lola.
Besazoooo y suerte en el Tintero