Desde su blog MIL Y UNA NARRACIONES nuestra amiga Mercedes fue tan amable de invitarme a participar en su proyecto de “RELATOS FANTÁSTICOS”, con el resto de colaboraciones que tienen lugar cada viernes en su sección “Mil y una historias”.
Aunque no estuve a tiempo de participar el año pasado, me ha hecho mucha ilusión poder hacerlo por fin este mes, con el siguiente relato. No es un género que domine demasiado, pero me he animado a participar porque disfruto mucho de su lectura y admiro a todos aquellos que tienen tanta imaginación y talento para crear nuevos lugares imaginarios, personajes y aventuras fantásticas.
Aprovecho para recordar a todos aquellos que son amantes de las historias de fantasía, llenas de aventuras, magia y seres fantásticos y extraordinarios, a echarle un vistazo a la “ANTOLOGÍA FANTÁSTICA 2024: UN AÑO DE FANTASÍA”, una recopilación de todos los relatos participantes del año pasado. Podreis encontrarla AQUI:
Así que a continuación os comparto mi humilde aportación a este reto fantástico.
¡Muchas gracias por tu invitación y por brindarme la oportunidad, Mercedes!
"LA ALFARERA"
Imagen: Pixabay
Cuenta la leyenda que mucho tiempo atrás vivía en los bosques de Varinia, una mujer a la que todos llamaban la alfarera. Era una joven viuda que vivía sola en su cabaña y que una vez al mes visitaba el pueblo en su viejo carromato lleno las vasijas, platos, ollas y tinajas que había creado con sus propias manos para venderlas en el mercado.
Sus cerámicas eran muy valoradas por ser muy resistentes y de alegres motivos decorativos y vivos colores. En mi casa recuerdo oir hablar de ellas, incluso teníamos algunas para guardar el aceite, el grano y también el pescado en salazón.
Nunca olvidaré el día que la conocí. Creo que fue el peor día de mi vida. Mi padre y mis hermanos habían salido a faenar a la mar. Una horrible tempestad volcó su barca y se los llevó para siempre, dejándome huérfana ya que mi madre murió el día que nací. Estaba comprando algunas cosas en el mercado para prepararles un buen guiso a su regreso cuando se acercó a mi uno de los hombres de otro barco para darme la mala noticia.
En aquel momento se me vino el mundo encima. Empecé a temblar y a llorar sin poder controlarme, mientras los conocidos del pueblo que compraban en los puestos cercanos venían a darme su pésame y palabras de consuelo. Noté que una mujer se acercaba y me abrazó fuertemente, apretándome contra su pecho y entonces desahogué mi tristeza. Cuando ya pude serenarme, me apartó de todo aquel bien intencionado gentío y me llevó a su carreta ofreciéndome un caldo caliente. Me preguntó si tenía alguien que cuidara de mí, no era seguro que una muchacha tan joven viviera sola por aquellos lugares. Confusa y sin saber que hacer ni a donde ir, acepté su invitación para acompañarla aquel día a su casa y no pasar la noche sola.
Me encantó su modesta cabaña, nunca había visto nada igual, llena de pequeñas herramientas, pigmentos y piedritas de colores para decorar sus cerámicas. Le pregunté si me aceptaría como su aprendiza y yo a cambio podría ofrecerle mi casa familiar para compartirla juntas en el crudo y frío invierno que se nos acercaba. Ella aceptó encantada mi propuesta. Aquel invierno me ayudó a soportar mejor el duelo de mi familia y me enseñó a modelar el barro, mezclar colores y crear nuevos pigmentos. Como al ser dos nuestra producción aumentó, empezamos a vender las cerámicas en otros pueblos cercanos.
El recaudador de impuestos local se presentó un día en casa para pedirnos unas cantidades imposibles, que según él hasta entonces mi padre se había encargado rigurosamente de pagar en cada estación. Yo le aseguré que era incapaz de satisfacer su petición y nos dio tiempo hasta final del invierno para pagar mi deuda. Al presentarse de nuevo en primavera y no entregarle la suma acordada, nos sacaron de la casa a rastras y le prendieron fuego. Entre mis sollozos se oían los gritos de rabia de mi maestra que aseguró al recaudador y sus secuaces mientras se marchaban que recibirían su merecido.
Incapaces de apagar aquellas llamas partimos a la madrugada en su carromato con las pocas cosas que nos quedaban y que pudimos rescatar, camino de la cabaña del bosque de mi maestra, dejando atrás las aún humeantes cenizas de mi casa familiar.
La primavera pasó recorriendo varios mercados de aldeas cercanas y evitando siempre la nuestra, vendiendo todas nuestras nuevas vasijas, las mías incluidas y algunos coloridos abalorios que había aprendido a hacer. En uno de aquellos mercados oímos el rumor que el recaudador de impuestos de la zona había muerto en un aparatoso y extraño accidente. Su casa se había derrumbado misteriosamente hasta la última piedra, sin razón alguna. Vi que mi maestra al oír la noticia intentaba disimular una sonrisa.
Recordé que días atrás la había visto moldear el barro creando figuras distintas. Construía una cabaña de barro con todos sus detalles: la puerta, sus ventanas, una pequeña chimenea, y la dejó durante unos días en una estantería del taller. Una mañana entró toda airada en la cabaña a su regreso del mercado, la tomó en sus manos y la estrelló contra el suelo.
Imagen: Pixabay
Y así me enteré de como lo hacía. Una casa que quisiera derribar, un árbol al que quisiera proteger o incluso una persona a la que le quisiera algún bien o mal, según el caso. Moldeaba pacientemente aquellas figuras y no sé con qué tipo de magia o conjuros contaba, que siempre había alguna consecuencia días más tarde.
En verano decidimos dejar una temporada la cabaña y con toda la cerámica que pudimos producir durante el invierno y la primavera, nos marchamos a hacer ruta en el viejo carromato por lugares más alejados de la comarca, para conseguir venderlas a nuevos clientes.
En nuestra expedición por aquellos nuevos caminos y bosques desconocidos descubrí otra de las habilidades de mi maestra. Al llegar la noche, en medio del frío bosque, mientras cogía algunos bártulos de la carreta para cocinar nuestra cena, vi cómo se disponía a encender el fuego. Del mismo aire surgió revoloteando una pequeña chispa que se posó sobre las ramas y la hojarasca que me había hecho recoger minutos antes. Y se prendía como arte de magia. La primera vez que la vi hacerlo me entró algo de miedo. ¿Qué clase de inquietante persona era? Siempre tan callada, no conocía nada de su pasado y aun así decidí seguirla en sus andanzas. Pero luego vi que continuaba haciéndolo noche tras noche, con aquella naturalidad suya, y le quité importancia por verlo como algo inofensivo.
Durante todo el verano atravesamos innumerables aldeas, todas ellas por aquel entonces con una horrible sequía que hacía imposible alimentarse a aquellas familias. Ya se podía prever que pasarían un cruel invierno si no se hacían pronto con algunas provisiones.
Un día la oí cantar una vieja canción, no me era desconocida del todo la melodía, pero en otro idioma que no conocía. Estuvo casi toda la mañana tarareando aquella pegadiza tonada. Justo después de comer empezamos a oír a lo lejos un estruendo que avisaba que amenazaba tormenta. Aquel día fuimos testigos de la mayor tempestad que yo pueda recordar. Era como un concierto ensayado entre aquellos estruendosos truenos y la danza a caprichosa de tantos y tantos relámpagos que pude contar aquel día. Algo me mi interior me hizo sospechar que algo tuvo que ver ella también con aquella imprevisible pero tan necesaria tormenta.
Pasado el provechoso verano, ya regresábamos a nuestra aldea con toda la recaudación de las ventas de aquella temporada y nuevos pigmentos y materiales para nuestras cerámicas. Una tarde tuvimos la mala suerte de que unos maleantes nos siguieron desde el mercado cuando nos dirigíamos a montar nuestro improvisado campamento en un bosque cercano. Nos sorprendieron en mitad de la noche, cuando ya nos habíamos acostado en el carromato. Ella notó a las mulas inquietas y salió enseguida a ver qué pasaba cuando descubrió a unos cinco o seis hombres, todos ellos armados, que nos esperaban fuera.
Nada más poner el pie en el suelo cerró los ojos y mientras entonaba una especie de oración, como un susurro casi imperceptible, empezó a girar primero sus muñecas formando círculos, lentamente. Luego el movimiento rotatorio lo llevaba a sus codos haciendo girar sus antebrazos, con algo más de fuerza, para finalmente acabar girando sus brazos como aspas de molino hacia atrás a toda velocidad. Tras presenciar esa escena, yo me quedé inmóvil sin saber que hacer dentro del carromato, pero los ladrones que habían empezado sonriendo al verla actuar de aquella manera, dejaron de hacerlo al ver que de la nada se generaba un torbellino de viento que los arrastraba sin poder ellos evitarlo. Los que no salieron volando se perdieron entre la espesura del bosque huyendo aterrorizados. Regresó al carromato y mientras nos disponíamos a dormir entre risas, me explicaba que, si aún quería conseguir un efecto mucho más devastador, creando remolinos de furioso aire en forma de corrientes huracanadas, empezaba a girar sobre sí misma. Sin duda era todo un espectáculo que esperaba que nunca tuviera que presenciar.
En nuestras andanzas juntas vivimos muchas aventuras. Podría contaros tantas historias. Yo con los años he intentado aprender sus habilidades y enseñanzas. No hay ninguna duda de que se trataba de una maestra alfarera, aunque algo especial y diferente al resto, sabía moldear los elementos con maestría como lo haría cualquier alfarero: barro y agua para darle forma, aire para secarlo y fuego para su cocción y ya tenemos nuestra pieza de cerámica. Pero ella siempre fue un poquito más allá…
Imagen: Blog "Mil y una historias"
Enhorabuena por este relato, tan mágico, nunca mejor dicho.
ResponEliminaLa alfarera no solo le enseño un oficio, sino algo muy importante creer en la magia.
Un besote. Feliz fin semana.
Qué bonito relato Marifelita, lleno de magia y emotividad. La alfarería. Un oficio que me deslumbra. Un abrazo y feliz fin de semana
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