Los que convivimos con mascotas sabemos la fuente de inspiración que pueden llegar a ser. Son los protagonistas de infinidad de anécdotas que compartimos con nuestros familiares y amigos, pero también despiertan en nosotros ciertos sentimientos que nos sorprenden. En este rincón te dejo algunos relatos dedicados a ellos.
Si tu también tienes mascota y tienes ganas de explicar tus vivencias y compartirlas o bien simplemente te encantan los animales y quieres compartir algun relato que hable de ellos, en este modesto rinconcito, estás invitado.
Aquí tienes alguno de mis relatos:
EL NOSTRE PIPO - Català
L'ABRAÇADA - Català
GUNTUR I UN 23 D'ABRIL QUALSEVOL - Català
CARICIES - Català
LA LLUNA - Català
Me llaman Mario y junto con mi
hermana María y muchos otros gatos nos recogieron de la calle. A nosotros dos
nos rescataron, unas semanas después de nacer, en la colonia donde vivía mi
mama con otros gatos. Dicen que allí en las colonias, aunque viven en la calle,
tienen un pequeño refugio donde dormir calentitos todos juntos y gente que les
trae comida y agua fresca todos los días.
Algunos de mis compañeros del refugio
no tuvieron tanta suerte como nosotros dos. Llegaron aquí porque fueron
maltratados por sus amos y algunos de los más viejos fueron abandonados. Otros
atropellados por algún coche o heridos en alguna pelea por cualquier perro o
gato con malas pulgas, aquí descansan y se recuperan de sus heridas.
Así que estábamos todos a la espera
de que viniera alguna alma caritativa, con ganas de hacer una buena obra y que
deseara con todas sus fuerzas dar y recibir muchos mimos. Parece ser que los
más jóvenes teníamos más posibilidades que los adultos, así que poníamos
nuestras poses más tiernas, nos lavábamos bien para estar monísimos cuando viniera
alguien a visitarnos y así causar buena impresión.
Venía a vernos mucha gente, entraban
y jugaban un ratito con nosotros. Nos repasaban bien a cada uno, incluso a
veces nos hacían fotos. Y me di cuenta que después de alguna de esas visitas siempre
alguno de mis compañeros era el elegido y ya no lo volvíamos a ver. ¿Cuándo
llegaría mi momento? Sabía que era algo más mayor que los demás, y claro, ellos
eran más graciosos y juguetones que yo, ¿sería por eso que aún no me habían
elegido? Además, me habían salido unas pupas que las llamaban hongos y picaban
mucho, podría ser esa la causa de que nadie se quedara conmigo.
Días atrás vinieron de visita una
pareja, y aunque yo estaba muy escondido porque soy muy miedoso, estuvieron
mucho rato jugando con todos incluso conmigo. A los pocos días alguien se llevó
a mi hermana María, y aunque me alegré mucho por ella, me quede un poquito más
solo y algo más inquieto. Para mi sorpresa una chica que jugó conmigo, volvió a
visitarme, una semana, y otra, y así durante dos meses. Nos traía juguetes a
todos y algunas latas de comida blandita y muy rica. Cuando mis pupas ya se
curaron, vino con un chico a recogerme y me llevaron a su casa.
Llegó el momento de despedirme de mis
compañeros en el refugio, los dejaba en buenas manos. No os miento si os digo
que al mismo tiempo que estaba contento porque había llegado mi turno, estaba
nervioso y algo asustado. Al llegar a su casa abrieron la pequeña jaula donde
me llevaban pero no me atrevía a salir, aunque me moría de ganas de explorar mi
nuevo hogar. También de conocer al otro gato que vivía en la casa, percibí su
olor nada más abrir la puerta, pero en cuanto vi cómo me miraba desde el otro
lado de la habitación ya supe que le había molestado mi llegada y que me
costaría un tiempo hacerme su amigo.
Ya hace un año que vivo con ellos,
compartiendo cada cama, silla y rincón de la casa, que ya considero mía. Con
Coffee, que así se llama mi compañera, tenemos momentos de todo. Me gusta
chincharla comiéndome su comida, o tirándome encima de ella para provocarla y
que juegue conmigo. Lo único que consigo es que se enfade, pero luego, me
acerco mimoso, le doy un par de lametones y se le pasa.
A veces me acordaba de mi hermana y
del resto de gatos del refugio y me preguntaba qué sería de ellos. Uno de esos
días, en los que me echaba una de mis siestas en mi cesto favorito frente a la
ventana, creí verla en la calle. Me hubiera parecido un sueño si no fuera
porque días más tarde volví a verla y efectivamente era ella. Estaba más grande
de como la recordaba. Había crecido y estaba guapísima. Vi que la que debía ser
su ama, la paseaba por la calle y la llevaba atada con una bonita correa de la
que colgaba un ruidoso cascabel. Gracias a esa larga correa, podía trepar por
los árboles y subir bien alto, rascar la corteza e intentar jugar con algún
pajarillo que salía volando nada más notar su presencia. Se la veía feliz,
activa y traviesa como nunca. Esa era mi hermana. Y me alegré tanto por ella,
por tener la misma suerte que yo. Y también me alegré por mí, porque gracias a
esa caprichosa casualidad, éramos vecinos y podría verla a menudo.
Que otra cosa se puede pedir en la
vida, que no te falte comida ningún día, que tengas un techo donde cobijarte,
que puedas estirarte y acurrucarte en cualquier rincón abrigado de la casa y
soñar durante horas y más horas, sin preocuparte de otra cosa que cuando y
quien interrumpirá tu sueño para obsequiarte con sus besos y sus caricias. Por
cierto, ahora en casa me llaman Lemmy, y estoy dispuesto a cuidar de ellos para
siempre.
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