El año pasado participé junto con mi amiga Lorena en este concurso de microrelatos propuesto por la web "Estilográficas.com". Se pueden presentar los escritos desde finales de Marzo hasta finales de Julio. ¡A ver si te animas a participar en la siguiente convocatoria!
Y
llegó un día que me cansé. De los gritos, los portazos, la música a todo
volumen, la casa llena de desconocidos continuamente y los manotazos que me
daban cada vez que se me ocurría hacer algo divertido. Así que, en un descuido
al dejar la puerta abierta mientras entraban las bolsas de la compra, vi mi
oportunidad y salí corriendo de la casa sin mirar atrás. Aún hoy me sorprendo
de aquella intrépida decisión mía, por dos motivos. Primero por atreverme a
huir, sin pensar ni por un momento en lo que me deparaba el mundo exterior,
fuera del único hogar que había conocido. Segundo cuando me doy cuenta que
nadie salió en mi busca. Es posible que no les importara mi huida, aunque
prefiero pensar que no se percataron de mi marcha.
Fuera el ruido era insoportable. Junto a mí pasaban
humanos constantemente, alguno se me acercaba como si me conociera. La mayoría
pasaban ignorándome, parecían todos bastante ocupados. Uno se me acercó con un
niño, me quedé quieta esperando a ver qué pretendían y el niño me alargó la mano.
Yo me acerqué mimosa y le di unos buenos lametazos para hacerle ver que quería
jugar con él. Quise acercar mis patitas a las suyas, pero se asustó y al
retirarlas con prisa, se llevó un buen arañazo. Fue sin querer y me sentí
fatal, pero peor me sentí cuando el humano, indignado, intentó darme una
patada. Por suerte la esquivé, aunque su desprecio me dolió como si hubiera
acertado. Salí corriendo calle abajo, o calle arriba, no sabría decirlo con
certeza. Me cobijé bajo una enorme caja metálica con ruedas y comprobé que se
estaba calentito, por lo que decidí pasar el resto de la tarde allí. El olor de
la calle era horrible, especialmente el que provenía de una rendija metálica
que había en el suelo, cerca de donde yo me encontraba. Había suciedad por todas
partes; polvo, hojas secas y objetos tirados por el suelo, principalmente
alrededor de unos recipientes de colores donde los humanos arrojaban bolsas
continuamente. Según iba anocheciendo dejé de ver humanos y empecé a distinguir
en la penumbra a otros gatos que salían de sus escondites. Los había de todos
los tamaños, edades y colores y desprendían un olor fuerte que no puedo decir
que me fuera agradable ni tampoco familiar. No había vuelto a ver ninguno desde
mi más tierna infancia. ¿Qué debió ser de todos aquellos que compartían cama y
pienso conmigo los primeros días de mi breve existencia? Estaba casi decidida a
salir de mi escondite y presentarme cuando de pronto un nuevo y pequeño ser de
ojos rojos y largos bigotes, desconocido para mí, apareció por uno de los
agujeros de la rejilla. Y no recuerdo si fue por la sorpresa o bien al ver a
todos aquellos gatos dirigirse hacia mí con tanta fiereza, pero no se me
ocurrió otra cosa que salir huyendo en dirección contraria.
Seguí
corriendo en línea recta sin mirar atrás, hasta que oí un chirrido ensordecedor
y desagradable que hizo que parara en seco. Una luz muy potente me cegaba y un
humano se dirigió hacia mí, pero no le di tiempo a que se acercara, seguí
huyendo con la misma desesperación o incluso más que antes. Agotada de tanto
correr, empecé a aminorar el paso. Me di cuenta de que me encontraba sola en la
calle y había anochecido totalmente. Estaba sedienta, la carrera me había
dejado la boca seca. Fui caminando calles y más calles hasta que frente a un
portal vi un pequeño recipiente lleno de agua. Bebí sin pensarlo y al primer
trago noté que el agua estaba algo turbia y no demasiado fresca, igualmente
tenía tanta sed que no me importó. No muy lejos de allí descubrí varias piezas
de ropa desperdigadas por el suelo. Empezaba a hacer frío y estaba muy cansada,
me pareció buena idea acurrucarme sobre ellas y pasar allí la noche. Amanecí
enroscada y muerta de frío, aunque lo que me despertó fue el rugido de mis
tripas. Tenía hambre, mucha hambre. No recordaba haber sentido esa sensación
nunca, y puedo asegurar que es muy desagradable. Con todo el alboroto no había
comido nada en todo el día. Durante todo el camino no había visto por ningún
lado bolitas como las que me daban en casa. Sobre mí empezaban a caer pequeñas
gotas muy molestas y enseguida pensé que debía buscar algún otro lugar para
cobijarme. Deambulé por los patios desiertos, y de pronto vi que en uno de los
edificios se entreabría una puerta. Salió un enorme animal, peludo, ruidoso y
baboso, que tiraba ansioso de una cuerda. En el otro extremo apareció una joven
que parecía medio dormida. Aproveché su descuido y antes de que se cerrara la
puerta me colé dentro.
Me encontré con una escalinata que no parecía tener
fin. De arriba provenía un olor delicioso. Y como el hambre venció al miedo,
empecé a subir, en busca de aquel manjar exquisito. Por debajo de cada puerta
salían distintos olores, pero ninguno era el que buscaba, hasta que por fin
llegué a mi destino. En el rellano había dos puertas, y enseguida descubrí de
la que salía tan embriagador aroma. Me quedé sentada frente a ella, quizá
tuviera suerte, saliera alguien que se apiadara de mí y me diera de comer aquel
manjar.
Ese rato se me hizo interminable, el aroma que
desprendía aquella puerta me estaba volviendo loca, y ya estaba a punto de
abandonar y volver sobre mis pasos, cuando se abrió la otra puerta. Quizá fue
por el ansia, los nervios o el hambre voraz que tenía que nada más verla
abrirse, entré rápidamente sin pensarlo. Más me hubiera valido darle una vuelta
a semejante idea ya que el dueño de la casa, quizá por la sorpresa o bien por
el susto, tampoco se lo pensó dos veces y vino tras de mí, persiguiéndome con
un palo peludo por toda la casa. Yo iba de izquierda a derecha, me metía debajo
de una mesa, ahora debajo de una silla, ahora me colaba en una habitación y
luego en otra, y él detrás mío, incansable, intentando zurrarme con ese maldito
palo. ¡Cuánto los odio! Ya los conocía y desgraciadamente no tenía buenos
recuerdos. En medio del caos y los gritos de aquel salvaje, en plena
persecución vi que la puerta aún estaba abierta. Me disponía a huir escaleras
abajo cuando la puerta del delicioso aroma se abrió ante mí. Sin dudarlo me
colé dentro. Detrás de mí dejé hablando a los dos vecinos, comentando mi torpe
decisión.
Fui hasta el fondo de la casa y me escondí debajo de
una cama. El corazón me iba a mil, me quedé quieta. En cualquier momento
aparecería alguien para sacarme de allí. Por suerte me equivoqué. Se asomó una
chica cuya voz sonaba dulce y pausada, aunque no me fiaba un pelo, así que opté
por quedarme inmóvil, estaba segura que no me alcanzaría donde estaba. Me moría
de ganas de salir y encontrar la comida que me había atraído hasta allí, pero
no me arriesgué y seguí esperando. Aunque estaba muerta de sueño, los nervios
me hacían estar alerta y despierta. La espera mereció la pena porque la chica
dulce regresó y esta vez me trajo un cuenco con comida. No era la exquisita
comida con la que soñaba todo el día, pero me conformé. Las bolitas eran
pequeñitas pero muy sabrosas. Y nunca había probado nada tan rico como la lata
de jugoso y tierno pescado que me sirvieron al anochecer. Era una casa muy
tranquila, escuché solo dos voces durante todo el día y aunque por la noche oí
que llegaron otros humanos, parecía un ambiente calmado y familiar, muy
distinto al que se respiraba en mi antiguo hogar.
Nuevamente
tomé otra decisión arriesgada, decidí abandonar mi escondite para explorar más
a fondo aquella casa. Salí de la habitación lentamente y en ese momento noté
que allí vivía otro gato, si mi olfato no me fallaba. Con cautela, no fuera que
me lo encontrara en cualquier momento, me asomé por el marco de la puerta y
divisé al grupo de personas que se encontraban alrededor de la mesa cenando. Salí
a saludarlos y parecieron contentos al verme. Esa fue la primera de las muchas
noches que dormí allí. Me cuidan como una reina, y aunque aún no me entiendo
del todo con la otra gata de la casa, mi vida con ellos es genial. Por lo que
no me arrepiento para nada de tomar aquella loca decisión ese día ya que,
gracias a que no tuve miedo pude vivir mi gran aventura, y mi vida cambió
totalmente, y por suerte fue para mejor, mucho mejor.
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