Esta semana en el reto juevero, nos invita DOROTEA a participar, con una nueva propuesta. El tema sugerido esta vez es un relato inspirado en el personaje mítico de CENICIENTA, y todo lo que representa. Inventar una historia cuya protagonista salga de la nada y sorprenda a todos y a sí misma porque vale mucho más de lo que todos creen.
Puedes encontrar el resto de relatos participantes aquí.
RIDÍCULA MAGIA
Un regalo que me ha hecho la vida es padecer una profunda
vergüenza, no puedo evitar sentir pánico al exponerme a los demás. Imagino que
por pura inseguridad en mí misma. En la escuela odiaba salir a la pizarra.
Sentirme observada y juzgada por toda la clase era un mal trago que sufría a
diario. Malo si me equivocaba, porque se burlaban por ser tonta. Peor si lo
hacía bien, por empollona.
Un día antes de las Navidades, teníamos que recibir el regalo
del amigo invisible en clase. Lo que de entrada parecía fácil, solo tenía que ir a
la mesa del profesor, recoger mi regalo y volver a sentarme en mi pupitre, se
complicó un poco más. El profesor tuvo la mala idea de hacerme abrir el regalo
delante de toda la clase, debía sospechar su contenido. Noté como toda mi cara
hervía bajo mi piel colorada y me atacó un pequeño tic en un ojo, mientras
comprobaba que mi regalo era un simpático pez de colores dentro de un bote de
cristal. Fue uno de los mejores regalos que haya recibido nunca, y uno de los
peores momentos de mi vida. La mitad de la clase se reía de mí y la otra mitad
vino enseguida a ver más de cerca mi regalo. Siempre he odiado ser el centro de
atención, esa fue la principal razón por la cual me negué a hacer la comunión, aun
sabiendo que renunciaba a un día genial entre familia y amigos y a un sinfín de
regalos.
En un final de curso teníamos que representar un pequeño
festival delante de todo el instituto, con varias actuaciones musicales. Era
obligatorio para aprobar la asignatura de música así que no pude negarme. Llegó
mi momento en el escenario y al disponerme a tocar una pequeña pieza al violín,
empezó de nuevo aquella conocida y desagradable sensación. Pero entonces
ocurrió un hecho insólito, y es que al tocar los primeros acordes con mis manos
temblorosas empecé a pensar que ojalá no estuviera allí. Y para mi sorpresa y
la de todos, desaparecí del escenario, siendo la actuación más aplaudida de
aquel día, todos pensaron que había sido un truco de magia. Aparecí misteriosamente
en los lavabos del gimnasio unos minutos más tarde.
Este curioso don se ha repetido desde entonces siempre que me
siento agobiada y me invade la vergüenza o el sentido del ridículo. Y con los
años he sabido sacarle partido. Ahora, ya adulta, soy consciente de que, siendo
una violinista mediocre, el factor escapista de mis actuaciones hace que el
público sienta cierta curiosidad por mí. Se que mi éxito es efímero, pero quizá
me ayude a lidiar con esta ridícula vergüenza. ¿O quizá me acompañe siempre, junto
con este mágico don?