Pestañas

diumenge, 7 d’agost del 2022

El meu primer relat - "El frutero de tia Ilaria"

 


Cada mañana el mismo dilema. Después de desayunar, me quedo con la mirada fija, en ocasiones hasta perdida, observando el maldito frutero. Y no es que no le tenga aprecio, todo lo contrario, me encanta porque es un souvenir que me trajo de Barcelona mi tía Ilaria, en uno de sus numerosos viajes.

El problema creo yo que está en que, encontrándome de régimen, cualquier cosa que contenga, que normalmente suelen ser hortalizas o verduras, por muy vistosos que sean sus colores y sugerentes sus formas, no me parecen nunca lo suficientemente apetitosas como para prepararme una suculenta comida.

Y aquí me encuentro de nuevo como cada mañana, frente a él, pensando cuáles serán las víctimas escogidas esta vez, que acabarán en mi plato. Aunque no sea ni un manjar ni ninguna preparación exquisita, serán los encargados de alimentarme hoy.

Después de mucha reflexión los elegidos han sido una berenjena, un par de pimientos y una cebolla, con los que puedo preparar un pisto. Pongo la sartén al fuego y mientras los troceo, al saltarme el aceite caliente y apartarme, en un movimiento brusco y torpe, el frutero cae al suelo y con un gran estruendo se rompe en mil pedazos. Me quedo helada, no solo por el susto sino porque me llevo un buen disgusto, me encantaba. Eso me pasa por encantarme y luego tener que ir con las prisas por dejarlo todo para el último momento.

No he podido evitar tener una sensación extraña, como un mal pensamiento cuando lo he visto roto en el suelo. Eso me ha hecho darme cuenta de que hace mucho tiempo, demasiado, que no veo a tía Ilaria, y que tampoco la llamo. Los días pasan volando y no me doy cuenta, pero eso no es excusa. Hoy la llamaré sin falta. Es mi tía preferida, siempre he tenido una conexión especial con ella.

Al rato de recoger todas las piezas y cuando ya tenía las verduras cortadas y puestas en el fuego, oigo el teléfono y salgo enseguida a cogerlo. Veo en la pantalla el número y lo reconozco enseguida, es mi tía, que casualidad. Descuelgo enseguida con una sonrisa en la boca, dispuesta a contarle lo de su frutero y que justo pensaba en llamarla. A ella y a mi nos pasan estas cosas, pensamos una en la otra casi simultáneamente, nos ha pasado desde siempre, desde que yo era niña, que yo recuerde.

Cuando oigo la voz de mi prima, con la que hace más de veinte años que no hablo, se me quita la sonrisa de golpe y sin poder evitarlo tengo un mal presentimiento. Se me eriza el vello de la nuca y noto que la boca se me seca. No ha hecho falta que me contara nada más, porque al oírla decir: “¡Hola prima! Cuanto tiempo, ¿verdad?” Noto su voz apagada y triste, y ya me doy cuenta que lo siguiente que me va a contar no van a ser buenas noticias.


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